jueves, 10 de junio de 2010

CARACOL......

Aquella hoja en blanco, fría y lapidaria, deslumbrante y al mismo tiempo anestesiante, ha declarado que no permitirá tanta confusión, gratuitamente. Mas Ellie no encuentra dónde más asentar reflejos de sus estados transitorios, por más que esa maldita hoja no entienda lo que escribe.

Ellie nunca se imaginó observarse a sí misma como un caracol, un lento caracol, aunque algo particular; un caracol con medias de colores y un bolso gigante del que sobresalen relojes de colores chillantes y ruidos típicos. Y mientras yace ahí parada tratando de entender alguna cosa, a su lado transita, momento a momento, una veloz y gélida brisa, indescifrable, gigantesca, de la cual Ellie intenta retener a cada minuto una pista con sus manos temblorosas.

Esos intentos le recuerdan el intento más infructuoso y doloroso, aquel intento en donde pretendió retener a su hermano, cuando éste se lanzó al mar. Sin embargo, Ellie sólo pudo quedarse con un pedazo de tela de algodón, sucio y desgarrado, mientras veía como su hermano desaparecía en ese infierno de colores azulados.

Ellie busca entre su bolso alguna brújula que le indique volver al presente, mas sólo hay relojes molestos; no entiende que le hayan regalado tantos de éstos ejemplares, ya que existen elementos mucho más esenciales para llevar en su travesía caracolística diaria. Ellie va lento, sola y aburrida, recordando que nadie quiso acompañarla pues todos iba muy rápido por sus propias travesías, mientras ella iba a su propio compás, el cual es insoportable para otros. Ellie siente pena al ver sus medias de colores y no ver otros zapatos a su lado. Sin embargo sí la acompañan restos de bemoles de críticas, recomendaciones negativas y rechazos.

Recuerda cuando Madre la miró cuando regresó sin su hermano de aquel paseo dominical; ese fue el instante en que nunca más volvió a ver a Madre sonreír o tener una mirada con sentido para sí. Recuerda también cuando Padre se colocaba su sombrero de terciopelo negro y dejaba unas monedas al pasar cerca de los tarritos de condimentos, mientras se despedía al estilo fiel de un ventrílocuo. Luego recuerda cuando Abuela le obsequió aquellas fabulosas medias de colores bordadas con sus iniciales, y luego de observarla detenidamente, le tomó su mano y le preguntó quién era ella.

Ellie viaja, respira, intoxica, daña, olvida a ritmo de caracol… y mientras todos alguna vez comentaron y rieron sobre su rostro de duda gigante y grotesca, nunca se percataron que aquel signo de interrogación tenía piel y aquella piel estaba enrojecida y carcomida por el salar que habían formado sus lágrimas de cristal, a ritmo de caracol.

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